Cuánto qusiera que Tú, oh, mi Señor, me dieras diera mejores palabras para poder expresar todo esto.
Realmente la decisión más importante de todas es recibir a Jesucristo como Señor y Salvador. No existe ninguna otra decisión más importante en esta vida entre cualquier otra decisión que uno pueda tomar.
A veces, esta vida parece corta, pero en realidad es muy larga. A diario hacemos tantas y tantas cosas y ponemos nuestra atención en lo que pareciera muy importante, pero en realidad, nada de lo que vivamos aquí —por más importante que parezca— es tan urgente e importante como decidir el destino final de nuestras almas.
La importancia radica en que se trata de un destino eterno.
Jesucristo perdóname siempre porque a veces me envanezco. Por creerme especial por mi propia cuenta, cuando en realidad desde siempre ha sido sido solo por la voluntad del Padre que yo viva estas cosas. Lo anterior lo escribo porque es necesario que incluya que por voluntad del Señor, Él me ha permitido vivir innumerables experiencias espirituales. Tantas que es irrebatible decir que lo espiritual definitivamente existe.
Te compartiré uno de tantos sueños que he tenido. Este en especial me hizo comprender que cada uno de nosotros somos increíblemente y extremadamente importantes. Cada uno de nosotros, sin excepción, tenemos un valor, de verdad, incalculable.
Soñé que un espíritu inmundo me agarraba por el cuello y me hundía hacia abajo, arrastrándome hacia las profundidades de la tierra. Mientras lo hacía, le vi unos ojos que me miraban con mucho odio, tanto que es difícil describir con palabras tanto odio. Entre más me sepultaba, empezaba a sentir mucho tormento, un tormento terrible e indescriptible. La sensación fue tan real y tan horrible que, por un momento, pensé que ya me había condenado. Recuerdo que fui sumergido en un lugar en donde solo había caos y era imposible sentir algún tipo de reposo o paz; me era casi imposible pensar. En medio de todo, se me cruzó un pensamiento como un descubrimento: “Lástima, ya me condené, ya me fui para el infierno”. Entonces me resigné. En ese momento, miré hacia arriba y veía el cielo, que estaba muy en lo alto, muy, muy lejos. Entonces pensé para mis adentros: “Está bien, ya sé que me condené y sufriré eternamente, pero voy a dedicar este sufrimiento para la gloria de Dios”, y justo cuando pensé eso, me desperté.
Quisiera enfatizar que cuando creí por un momento que ya me había condenado era porque la sensación era demasiado real. Nunca había experimentado algo así ni quisiera experimentar algo similar nunca más. Toda la experiencia duró muy poco, probablemente un par de segundos, pero lo suficiente para decir que es lo peor que existe y lo peor que he experimentado en toda mi vida.
Desde entonces creo entender lo incalculablemente invaluables que somos cada uno de nosotros.
Ese lugar que experimenté no se lo deseo ni al peor criminal de la historia humana. El lugar fue tan horrible que quisiera que hasta la persona más perversa del mundo vaya al cielo, porque si ese lugar en verdad era el infierno, y si en verdad es eterno, puedo decirte que realmente es el peor destino imaginable. Creo también que de no haber vivido eso, jamás podría yo haber concebido en mi mente algo tan horrible.
Cómo quisiera evitar que todo el mundo termine en ese lugar, pero nadie puede salvar a nadie. También, no puedes salvarte a ti mismo por tus propios medios. Solo Jesucristo puede salvarte si lo aceptas.
No sabemos cuánto tiempo nos quede a cada uno de nosotros. No importa qué tan seguros nos sintamos de nuestra situación actual, nuestro momento, puede llegar en cualquier momento. Por eso, en este instante te pido que, por favor, aceptes a Jesucristo como tu Señor y Salvador. Por favor, acéptalo. Esa es la decisión más importante de todas.
Puedes tener la seguridad de que no estoy pensando en mi beneficio personal, porque no estoy aquí para invitarte a alguna iglesia ni para pedirte dinero. A mí no me importa si nunca donas o si nunca vas a una iglesia, siempre y cuando creas que Jesucristo puede limpiarte de todos tus pecados para que puedas reconciliarte con el Padre y así alcanzar la salvación.
Mi único deseo e intención genuina es suplicarte, de todo corazón que por favor aceptes a Jesucristo como Señor y Salvador, y que lo aceptes cuanto antes, de ser posible en este mismo instante.
Te dejo una oración para que puedas decirla con toda sinceridad en este momento desde lo más profundo de tu corazón, dirigiéndote al único Señor Dios de todo lo que existe y quien escucha nuestros pensamientos y sabe nuestras intenciones. Te suplico que, por favor, ores:
“Señor Dios, Señor Jesucristo, de todo corazón busco la verdad. Si Tú eres real, por favor manifiéstate en mi vida de forma contundente con tu Santo Espíritu. Porque si Tú eres real, entonces yo quiero que por favor me salves. Por favor sálvame. Amén.”
Aceptar a Jesucristo como Señor y Salvador es todo lo que se requiere. Si dijiste esta oración con toda sinceridad, entonces ya está hecho: tu salvación está garantizada y tarde o temprano te veré en el cielo.
Dios te bendiga, te guarde y te proteja.